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Entre mi enfermedad y mi vida

Tengo una sensación muy extraña en mi cabeza,

hay unas arenas movedizas dentro de mí, que tambalean con fuerza,

pues se tragaron a un mounstro que intenta salir,

percibo cómo se estira para volver a la superficie mientras lucha por sobrevivir,

siento las vibraciones y el movimiento de la arena que no cesa de deslizarse,

siento el eco que precede al ruido del infierno que trata de soltarse.

 

Los síntomas por fin se fueron, como el dinero deja el bolsillo se fueron,

pero seguí montando guardia de noche, seguí aterrada a cada segundo que pudieran volver,

de que regresaran a acabar con lo que queda de mí, y con el homicidio que empezaron.

Un día me enamoro de mis pastillas y al otro día las quiero vomitar y lejos mantener,

la medicación noquea mis sentidos a golpes y patadas, y al mounstro mantiene encerrado,

me encuentro tan anestesiada, tan perdida que ya ni siento dolor o placer y no sé cómo lograrlo,

pero siento el áspero gruñir del mounstro a lo lejos, y sueño con que sea olvidado,

un día lo ahogué en la arena y envié al pasado, pero a veces pienso que merecía conservarlo.

 

¿Será que no sé ser feliz? ¿Será que soy siempre mi propia víctima? ¿Será que me gusta sufrir?

Creo que soy un robot con un botón de autodestrucción descompuesto,

soy un robot harto de su felicidad artificial, ¿Qué tal si esto ni siquiera es vivir?

A veces me quiero lastimar, a veces siento no merecer nada como el resto,

no vería el sol amanecer sin las pastillas, pero ser dependiente también me despedaza,

mi corazón y cerebro dan más miedo que la oscuridad, y el mounstro me amenaza,

pero si puedo morir en esta vida imperfecta, ¿Por qué no voy a vivir imperfectamente?

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Mis pastillas de la felicidad

Vivir duele, llorar duele, no llorar duele; ya no distingo si estoy viva, muerta o loca,

a cada segundo se vuelve más difícil respirar, no sé si esta vida es un castigo o un premio, odiarme a mí misma y criticarme hasta el cansancio es mi círculo vicioso,

y no parará hasta que el universo se desgarre y se lleve mi infinito ciclo de autodesprecio, 

mis crisis existenciales desayunan mi alma en medio de un sádico hábito religioso,

y no puedo salir, y no puedo huir de esta depresión que me sofoca.

 

Haré cualquier cosa para salir de este frío agujero,

daré cualquier cosa con tal de no ver más sobre mi cabeza este cielo negro,

quiero algo que cure el moretón de mi corazón y reprograme mi cerebro melancólico,

no me importa que sea paradójico,

que siendo de carne y hueso viva como robot dependiente de baterías,

que sin ellas no funciona ni en las noches ni en los días.

 

Creo que encontré mis baterías, creo que encontré mis medicamentos,

y me da igual que me obliguen a ocultarlos como si fueran vergonzosos secretos,

pues mi única esperanza para seguir en este mundo se han vuelto,

quiero decir que mi recuperación no acabará como mi suicidio, en fallidos intentos, y por eso con miedo sostengo mi felicidad en este frasquito,

mi alegría es tan pequeña, que cabe en la palma de mi mano, y promete ser mi tranquilidad,

tiene formas de pastillas, y tiene forma de semillas para mi infértil cerebro de felicidad,

cómo dulces que alivian la depresión y la locura la tomaré,

y cómo azúcar adictiva la saborearé.

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El entierro de mi enfermedad

Estoy viva pero apenas me sostengo,

la sangre bombea por mis venas, pero aún siento que me ahogo,

mi cerebro piensa, pero luego siento que no existo,

la vida estrangula cada fibra de mí, pero ya me acostumbré a la tortura,

ahora sólo quiero probar la dulce venganza hasta atragantarme,

ahora sólo quiero colgar a la vida, quiero matarla sin tener que darle sepultura,

pero de pura ira voy a caer del precipicio, de pura ira voy a matarme,

soy solo mi propia mascota a quien abandono, pues ya más no puedo cuidarme.

 

Y es que no sé cómo sanar, no sé cómo vivir, me siento incapaz y pequeña como una niña,

¿Cómo se supone que podré vivir con un corazón y cerebro que ya se han roto?

Cómo flor en invierno mi sistema serotoninérgico se marchitó,

tengo polimorfismos en mis genes de neurotransmisión y serotonina,

también tengo una bocina dentro de mi cerebro reproduce voces que no existen,

y no hay nada que impida que con odio y crueldad me lastimen.

Por todo esto parece que mi cerebro a la felicidad renunció,

y como pez atrapado en una red mi corazón también se asfixió.

 

Pero aún no lo quiero creer, para mí el diagnóstico de la psiquiatra ya está muerto,

quizás nunca existió, quizás fue sólo la broma de un espejismo,

haré un ataúd y enterraré a este difunto que como plaga me ha carcomido la vida con cinismo,

no sé si está vivo, muerto o inexistente, pero lo enterraré y cubriré con flores de cempasúchil,

y esperaré que mi siguiente esfuerzo por vivir otra vez no sea inútil.