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Yo contra mis demonios

Hubo días en que olvidé quién era,
encontrarme en el espejo era una búsqueda fallida,
sólo esperaba que mi alma a mi cuerpo volviera,
pero esta se hallaba desaparecida.

Mi cuerpo existía como materia en este mundo,
pero en un vacío espacial mi alma ya estaba vagando.
Intenté anhelar, desear, sonreír, vivir,
pero mis letales voces eran lo único que podía oír.
Mi cabeza era una casa de demonios,
mi mente y corazón eran sus territorios,
y con cada amanecer y anochecer se establecían en ellos,
me poseían, me disparaban y dejaban llena de agujeros,
rasguñaban, mordían y trituraban mi corazón,
se aseguraban de torturarme hasta que perdiera la razón,
e implantaban un deseo de dejar de existir,
un deseo que no era mío, pero no lo podía subvertir.

Mis demonios me querían ver muerta,
así que amanecer al día siguiente era una victoria incierta.
Demonios hechos de sonido, que comían tristeza,
sonidos de demonios que componían la cacofonía de voces en mi cabeza,
eran ellos los que me usaban de juguete,
y me maltraban sádicamente.

Mis demonios me convencían de que no tenía un mañana,
pero desconocían que ser necia era mi mejor cualidad humana,
pues cuando deseaba algo persistía hasta la muerte;
además, para matarme mis demonios necesitaban que fuera valiente,
atrevida para para hacerme el corte fatal,
no insegura, asustada y con pulso vital.
Y yo era evasiva para enfrentar mis miedos,
miedos como la muerte que esperaba para darme un beso.

Mis demonios me dañaron tanto,
que incluso callados son y serán siempre parte de mí,
incluso con heridas cicatrizadas los recordaré con espanto,
y jamás podré cambiar el hecho de que una vez me rompí.
¿Dónde está el consuelo si me hicieron tratar de matarme?
Quizás en que sobreviví,
y volví a silenciarlos a todos para vengarme.
De ellos un intento desesperado de prevalecer percibí,
pero ya los había matado y por fin pude relajarme.

Al fin estoy sola en mi propia cabeza,
aunque a veces resiento la soledad y es como si me faltara una pieza,
aunque a veces me aterra con locura el silencio,
y la paz del augurio del caos no diferencio.
Rara vez un demonio se atreve a sonar,
y tal vez al fin podré sanar.
quizás perdí batallas ante ellos,
pero gané la guerra y se despejaron los cielos.
Llegó la hora de reconfigurar mi ser y borrar sus doctrinas,
para comenzar a vivir otra vez, aunque sea entre ruinas.

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